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lunes, 15 de noviembre de 2010

jueves, 11 de noviembre de 2010

CLARIN



Alejandro Jodorowsky: “Digo que soy un iPod porque un artista no debe tener límites”
El chileno, hombre de letras, cine y teatro, acaba de publicar en nuestro país. Y planea filmar con David Lynch.
Por Fernanda Nicolini - ESPECIAL PARA CLARIN

Alejandro Jodorowsky quería ser un iPod antes de que el iPod se inventara. Hacerlo todo, contenerlo todo. Lo dice él, como el poeta que a los 16 años se trepó a un árbol con Enrique Lihn para charlar sobre una rama; el dramaturgo que agitó la escena chilena en los ‘50 y un día se fue a Francia para actuar con Marcel Marceau; el director de películas siempre abucheadas, hoy de culto, que está por filmar con David Lynch y Marilyn Manson; el guionista de comics, el escritor multigénero, el discípulo zen, el tarotista que todos los miércoles tira las cartas en un café de París. Y, ahora, el hombre de 81 años que ofició, en el predio de la Esma frente a las Abuelas de Plaza de Mayo y los nietos recuperados, su primer acto de psicomagia social (ver recuadro).

Su espíritu expansivo lo llevó, precisamente, a crear una terapia que propone solucionar problemas a través de actos metafóricos. “Si la psicomagia ayuda a un individuo a curarse, ¿por qué no intentarlo con un país?”, se preguntó cuando le propusieron venir a la Argentina. Y pensó: “El desaparecido es un eslabón que no está y que causa mucho dolor. Y como el inconsciente trabaja con símbolos, se puede crear un cementerio metafórico en donde las personas puedan ubicar el alma de los desaparecidos allí”.

Unas horas antes de presentarse en la Esma, quiere hablar, por ejemplo, del bello libro que se acaba de editar acá: Memorias de un joven bombero (Planta Editora). Un cuento que escribió para su hijo Brontis y que –dice- sirve para entrar en el mundo de la psicomagia. “Es sobre un niño bombero que trata de solucionar sus problemas con su padre. Yo fui niño bombero y tuve un padre atroz de quién necesité huir. Es un cuento complejo para niños mutantes, niños nuevos con la inteligencia más desarrollada”, explica. Ante la pregunta de por qué está dedicado a Brontis, se queda callado. Hasta que concede: “Quizás porque yo creía que no era hijo mío. Solo me había acostado una sola vez con su mamá, así que un día le dije: me pasa esto y tú lo debes percibir, ¿por qué no nos hacemos una prueba de ADN?”.

Brontis, hoy un señor grande, es casualmente el chiquito que aparece en el mítico film El Topo, de 1970, ese del que Jodorowsky planea hacer una segunda parte con David Lynch, siempre y cuando los rusos que la financian aparezcan más de lo que desaparecen. “El cine se ha convertido en una industria que no quiere directores ni autores, entonces te obligan a negociar con algún loco que te dé el dinero”, se queja y sigue: “Yo soy como un gladiador lleno de cicatrices. Ahora me pasa con twitter, ¡siempre hay algún troll que me insulta! Pero aplico un viejo proverbio que dice: ‘si te tiran una piedra, arrójales un pan’. Porque en el fondo te tiran piedras por hambre, para ser reconocidos”.

¿O sea que ahora es un Ipod 2.0? Digo que soy un Ipod porque un artista no debe tener límites. Ahora, por ejemplo, voy a ir a Chile para proponer mi segundo acto de psicomagia social: que Chile le regale una salida al mar a Bolivia sin pedir nada a cambio. Si Piñera fuera un genio diría que sí, hay que ver qué dice.

Seguramente le pregunten sobre los mineros… Sí, y diré que una persona que sale de las profundidades de su neurosis y llega al equilibrio, es tan digna de admiración como un obrero que resiste la oscuridad de la cueva. Todos los que salen a la luz son héroes, entre ellos están algunos mineros, pero no son los únicos.

HABLANDO DEL ASUNTO


La construcción de un libro feliz
Por Federico Reggiani

Sobre Memorias de un niño bombero,
de Alejandro Jodorowsky con ilustraciones de Max Cachimba (Planta, 2010)



Este bello libro editado por Planta, parte de una exquisita colección de “cuentos ilustrados para jóvenes y adultos”, parece el viaje al futuro de un lector de historietas de los ’80. Un libro del guionista de Moebius con ilustraciones del ganador del concurso “Fierro busca dos manos”. Es notable cómo uno puede leer, de un autor, un fragmento: resulta que Jodorowsky es, además de ese guionista de historietas con una rara habilidad para mezclar misticismo con ironía y ritmo narrativo, un escritor, dramaturgo, poeta, director de cine y psicomago. (Sí, dice “psicomago”).

Este “cuento mágico para niños mutantes” narra la historia de un nene de seis años (cumple siete hacia la página 33, en que se “hace un hombre” y queda encerrado dentro de su mente), que vive con su padre, un bombero, y una maga que lleva dentro de su cuerpo, que se parece mucho a su madre muerta (mide tres metros y medio y tiene una larguísima cabellera) y que aparece, bostezando, cuando el nene está en peligro. Los peligros se suceden, casi siempre por el duro entrenamiento al que lo somete el padre.

Una aclaración personal me parece, por esta vez, pertinente en una reseña. Tengo serias dificultades para no abandonar un libro que hable de magia, de almas y de elevaciones místicas a la unicidad cósmica. Porque Memorias de un niño bombero, que leí como literatura fantástica, como un cuento maravilloso, intuyo que es para su autor un modo de la literatura realista. Aún así, lo leí completo y disfrutándolo más allá de su metafísica, que me resulta entre fastidiosa y trivial. Si eso ocurrió es, creo, por dos razones. La primera, es la prosa: por suerte, las fantasías místicas son también textos escritos, y Jodorowsky escribe bellas frases. Como en la ocasión en que el nene le ordena a un moribundo que no cruce la frontera de la muerte:

La sangre es suya y por eso debe obedecerle, así como yo obedezco a mi padre: déle la orden de dejar de escurrirse, dígale que no es ninguna serpiente colorada para reptar así por la calle. Deje que sus pulmones, absorbiendo y exhalando, jueguen con el aire; despéguese del dolor, encumbrándolo como una cometa lo más arriba que pueda; siéntase transparente y tranquilo, con la seguridad de que yo estoy aquí para que nadie venga a robarle la vida.




La segunda razón por la que disfruté este libro es que su propósito pedagógico es tan extraño que se vuelve fascinante. Menos lineal que aquel intolerable niño rubio que fastidia a los aviadores que aterrizan en el desierto –con el que comparte alguna frase casi textual–, el niño bombero se enfrenta al amor cruel de su padre y a la incomprensión por sus experiencias místicas que, por otra parte, se parecen más al delirio de las las máquinas parlantes de Laiseca, otro creyente, que a los relojes de Sai Baba: hay gnomos cuyas carcajadas suenan como bolas deslizándose por pistas de azúcar, hay sanguijuelas cristalinas, conglomerados de muertos, mujercitas de agua que despanzurran una nube.

“Somos felices”, dice el niño bombero en el último capítulo. La construcción de un libro feliz es un regalo.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

LA NACION


Sabiduría
Jodorowsky para chicos
Con dibujos de Max Cachimba, se editó Memorias de un niño bombero
Miércoles 10 de noviembre de 2010 | Publicado en edición impresa

"Yo sabía que con un gesto de mis manos podía abrir una puerta en el cielo. Sabía que me era posible extraer de la montaña un corazón de cristal. Me bastaba dar un salto con la mente para entrar en la cabeza de un águila y planear el día entero sobre el valle. Podía comprender los textos sagrados que se deslizaban en el murmullo de las hojas.

Las moscas no lograban ocultarme que eran reinas caídas de otro mundo", empieza Memorias de un niño bombero. Cuento mágico para niños mutantes, del escritor, psicomago, cineasta, dramaturgo, actor, poeta y tarotista Alejandro Jodorowsky, que pasó hace unos días por Buenos Aires para celebrar un Acto poético por la paz en homenaje a Abuelas de Plaza de Mayo, una charla abierta en el Malba frente a una multitud de fans intensos que desafiaron la lluvia y el cortejo fúnebre presidencial, y para presentar la edición local de esta historia infantil, publicada por Planta Editora, con lindos dibujos del rosarino Max Cachimba.

Y sigue el monólogo del protagonista, un chico con pelo casi de fuego, seguramente primo cósmico de El Principito: "¿Sentirme en peligro? ¿Por qué, si yo tenía la absoluta seguridad de que nunca iba a morir? Todos los seres vivientes, es decir todo lo existente, incluso el agua o las rocas, eran mis aliados. Nos unían invisibles hebras de oro. El universo entero formaba parte de mi cuerpo y mi aldea se prolongaba hasta las ocho esquinas del cosmos. Sentados en sus barcas, cerca de la playa, los pescadores me saludaban alzando un remo. Sentados en sus tumbas, en el cementerio, los difuntos me saludaban alzando una corona. Así es, yo lo sabía, yo lo podía todo. Tenía 6 años."

En 22 páginas, hay concentración de sabiduría espiritual para chicos y grandes. Más allá de historias de bomberos y madres en formato fantasmal, la historia pone frente a frente, como se lee en la contratapa, a "un niño con su padre y, a través de ellos, muestra dos modos de vivir y estar en el mundo: uno aferrado a las limitaciones de la mente, otro abierto a todas las manifestaciones del universo".

Más datos, www.plantaeditora.blogspot.com

TIEMPO ARGENTINO


De dibujante a actor fogueado
Crónica de una excursión al universo de Max Cachimba
Publicado el 3 de Octubre de 2010
Por Ivana Romero
Se llama Juan Pablo González, pero se cambió el nombre por uno más excéntrico. Tiempo Argentino lo siguió en un viaje Buenos Aires-Rosario y espió su mundo que, según algunos, es misterioso, aunque él dice que sólo se trata de un malentendido.




I) Max Cachimba viaja de Rosario a Buenos Aires para presentar el libro Memorias de un niño bombero (Planta editora), con ilustraciones suyas y textos de Alejandro Jodorowsky. Es en una librería de Palermo. Max habla sobre el libro con Fabián Casas. Dice que leyó el cuento varias veces, con detenimiento. Que le cuesta mucho ilustrar una buena historia, quizá porque es muy exigente o porque espera una inspiración que no llega. Que imaginó al niño bombero como una combinación del Principito, Harry Potter y Dragon Ball Z, en especial por esa melena rubia que –como en los cuentos maravillosos tradicionales– el pequeño protagonista sacrifica a pedido de un padre que ve en la renuncia una prueba de virtud.
Después llega la hora de La Dimensión Descocada, un espectáculo creado y actuado junto a su amigo Rodolfo Marusich. Se trata de una serie de números breves. Max los presenta con carteles de cartón, que hacen de separadores: los va exhibiendo ante la platea. En la personal caligrafía de Max desfilan títulos como “Academia musical del profesor Pirulo”, “Deportes vegetarianos” o “Problema metafísico de un papel higiénico”. También los dibujos de Max llevan esa impronta de inocencia descarnada, como un gato cachorro que, al entrar en el universo Cachimba, se transforma en un bicho impredecible, capaz de mostrar sus garras con sorna pueril. O de hacer añicos el mejor jarrón de la casa y luego lamerse las patitas, como si nada.

II) –A esta altura, creo que no tengo ninguna habilidad para dibujar. Tengo un entrenamiento, eso sí, pero creo que soy un dibujante limitadísimo. Trabajo mucho con las imágenes. Las pienso y hago varios bocetos para llegar a la versión definitiva; los primeros, en general, horribles. Yo sé que, para lograr algunas de las imágenes que pretendo, tengo que dibujar un montón.
–Suena un poco angustiante.
–Es verdad. Hay momentos angustiantes, si usamos una palabra algo exagerada. Por ejemplo, cuando intento resolver una idea… Me siento bastante incómodo en ese momento. Una vez que me pongo en la parte mecánica, o sea, retocar los trabajos y armarlos en la computadora (porque la uso mucho para trabajar), es sólo cuestión de tiempo. Ahí estoy bastante relajado y soy profesional y sé lo que hay que hacer.
–¿Eso puede entenderse como un método de trabajo?
–Sí, pero creo que no lo resolví correctamente. Mi producción es bastante irregular, y es posible que tenga problemas de disciplina que me impiden mejorarla. Me gusta hacer muchas cosas distintas, que cambian de temporada en temporada: los dibujos, las animaciones, los numeritos de La Dimensión Descocada. Eso me genera una especie de cortocircuito; o sea, terminar un trabajo de ilustración y pasar a una cosa muy diferente.
–¿Tiene que ver de alguna forma con tu curiosidad?
–No sé. Si mirás la mitad llena del vaso, tiene que ver con mi inquietud. Si mirás la parte vacía, es que soy un desordenado.

III) Juan Pablo González nació el 15 de enero de 1969 en Rosario. Es el mayor de cinco hermanos. Sus padres eran estudiantes de Bellas Artes. Su padre puso un taller de vitrales y su madre era maestra de plástica. Cuando era chico, él dibujaba e inventaba sus propios libros mientras leía las historietas de Editorial Columba. A los 15, ganó un concurso organizado por la revista Fierro como mejor dibujante, con su adaptación de un relato de Jack Vance. Desde entonces publicó en esa revista y en otras como Los Inrockuptibles, La Mano o Lápiz Japonés y en infinitos fanzines. Con el tiempo, decidió que su nombre artístico era demasiado común y se lo cambió por el de ahora.
Es autor de los libros Humor idiota, Rompecabezas (con textos de Pablo De Santis, con quien trabajó en varias oportunidades), y Un cuarto de pollo. También ilustró libros de cuentos y relatos como Rey secreto de su amigo De Santis; Bichos que vuelan, de Patricia Suárez o Dante y Reina, de César Aira.
Dice que nunca tuvo necesidad de sentirse un artista consagrado. Pero la devoción de sus colegas o de las instituciones artísticas parece un destino inevitable, que él observa con no poca distancia. En 2005, por ejemplo, participó en un concurso tradicional organizado por el Museo Castagnino en Rosario.
La pintura en cuestión es casi un chiste de tan pequeña y poco pretenciosa. Se llama Con ánimo jocundo, voy por el mundo. Es la imagen de un señor parado sobre las manos, que calzan zapatos, y con una sonora trompeta en el traste. Está inspirada en esos personajes de ardores exuberantes que pueblan los cuadros de El Bosco y también en El Loco, el más poderoso de todos los arcanos del tarot que, al no tener un número como los otros, puede moverse como nómade por toda la baraja. Max ganó el primer premio. Cree que el jurado tuvo un gesto irreverente que bien entraría en uno de sus comics.

IV) La Dimensión Descocada requiere un despliegue de muchos objetos: osos de peluche, hipopótamos azules de plástico, una vitrola que en su bandeja no tiene disco sino una pizza adornada con angelitos de yeso, tarritos, maderas, guirnaldas de luces, una gallina de cemento pintada con acrílico. Y huevos que se arrojan al aire.
Tras la presentación en Buenos Aires, la dupla Cachimba-Marusich mete todo eso en el auto de un audaz amigo que al día siguiente los lleva hacia Rosario. Es que por la noche repetirán el espectáculo en una parrilla que se llama La Yapa, en el centro de esa ciudad. Pero las rutas están cortadas por los obreros de una autopartista envueltos en un conflicto gremial. Así que el viaje se hace mucho más largo que las cuatro horas habituales. Llegan con el tiempo justo para conseguir más huevos en un minimarket y comenzar el show.

V) “Mi padre, no sabiendo qué hacer de mi locura, me convirtió en mascota de la Primera Compañía de Bomberos de nuestra querida aldea, comprimida entre el gélido océano y la abrupta cordillera. Así, con un pantalón blanco de piernas largas, una chaqueta roja con botones dorados, una estrella de cinco puntas en el pecho y un casco azul de metal, yo no podía fallar, ni tener vértigo. Ahí estaba, muy tranquilo, en perfecto equilibrio sobre la balaustrada, quinto piso, al borde del abismo, esperando a que terminaran de atar la lona como pedía el ejercicio anual de la Compañía, para lanzarme, intrépido y confiado, hacia los brazos de mi padre. Un silencio mortal embargaba a los espectadores. Mi progenitor les había pedido no moverse, no hablar, no intervenir. Cualquier acción podía sacarme de mi hipnosis. Él, acostumbrado a competir a abrirse paso a codazos, no podía concebir lo que era tener fe y confiar, como yo, en la Maga, en el cuerpo de bomberos, en el mundo entero.”
(Extracto de El niño bombero)

VI) –¿Cómo surgió lo de los números cómicos?
–Salió una vez que me invitaron a exponer en un bar. Exponer en bares es difícil, porque uno tiene que poner sus cosas entre la decoración, con la gente que va y viene. No me entusiasmaba mucho. Pero había un piano, y se me empezaron a ocurrir chistes con objetos y el piano como acompañamiento. Hice una presentación con Lorenzo, hijo de (la artista plástica) Michele Siquot, que tenía un trajecito circense muy gracioso, con botoncitos brillantes, parecidos a los que luego usé cuando dibujé al niño bombero. Lo que podría haber sido una broma de ocasión después tomó su propio curso. Por otro lado, con Rodolfo hacíamos ese tipo de cosas desde bastante tiempo atrás, con una banda que teníamos, Ernesto y su conjunto. Yo era un músico bastante incompetente, así que en el medio improvisaba numeritos para hacer el espectáculo más entretenido.
–No es muy común que una persona tímida se anime a bailar calipso, enfundado en unas mangas con volados, ante un público que lo aplaude. ¿Es una nueva versión de tu timidez?
–Y sí, es un desafío personal: a ver qué puedo hacer ahora que me cueste un poquito más. De todas maneras, nuestro chiste con Rodolfo es que no tenemos ninguna destreza para todos esos numeritos que anunciamos como grandes proezas.

VII) Juan Sasturain ha dicho: “Debajo de la gorra o del paraguas o del seudónimo, Max ha protegido el lápiz y el cuchillo bajo el poncho y la distancia; se ha preservado rosarino sin folklore, artista sin solemnidad. Incluso ha sabido escamotear a las miradas curiosas su vida y obra, los mecanismos que disparan –de hacer disparos y de escapar también– dibujo y humor sin barreras ni recetas.”
En los títulos finales del tramo “¿Conoce usted a Monsieur Cachimba?” incluido en el film El Humor (Pequeña Enciclopedia Ilustrada), de Mariano Llinás, se lee: “Su estilo, donde cierta ingenuidad y simpleza formal conviven con una audacia y una ferocidad extremas, ha influido en forma definitiva y virulenta sobre los dibujantes de su generación, elevándolo a un nivel casi legendario. A ello acaso contribuya también la escasa sociabilidad de Cachimba, del todo reacio a la exposición y a cualquier tipo de aparición pública.”
Cachimba, de voz suavísima y nasal (alguien dijo que la de un hobbit podría sonar parecida), va de pantalones amplios y alpargatas de tela. Y suelta frases de un humor punzante como “¿vos nunca te preguntaste lo que siente un papel higiénico?” Y así, sin cálculo, revela que, más que un hobbit reacio a mostrarse, en él anidaría el espíritu de un inquietante enano de jardín, de esos que, en tantos de sus trabajos y hazañas, tienen vida propia. Así que rehúye también un poco a los dichos de esa película de Llinás. “Soy un tipo bastante normal”, dice. Entretanto, deposita un puñado de alimento en un cuenco magenta para su gata, que acaba de entrar a la cocina por una ventana lateral. Ella bordea toda una fila de vasos de vidrio con sinuosa elegancia, sin hacer caer ninguno.

VIII) Es sábado al mediodía. Con el jueves porteño, el viernes en la ruta, el show de la noche sobre los hombros, hubiese preferido dormir hasta tarde, pero dice que no le sale, que es un tipo madrugador. Ceba mates en su casa de Fisherton, barrio al noroeste de Rosario que combina mansiones con jardín y pileta, y casas más austeras. La de él es de estas últimas, con plantas gigantes en el frente y también en el patio trasero, donde viven la gata Raquel, más otra gata arisca que Max califica como “silvestre” y un par de tortugas.
En la mesa hay un mazo de cartas de tarot. Max explica que le interesan por sus dibujos de origen y autor inciertos. “Me gustan las imágenes anónimas de todas las épocas, que circulan por fuera de los espacios legitimados del arte”, cuenta mientras señala otro libro con dibujos de corte mitológico. También un ejemplar gigante de Cabinet of Natural Curiosities, una compilación de ilustraciones de plantas y animales que el zoólogo Albertus Seba publicó en el siglo XVIII con fines científicos aunque los dibujos sean, además, de una belleza abrumadora.
Vuelve al tarot. “No iría de una tarotista que me diga qué me va a pasar en un mes. Pero es increíble cómo una tirada te muestra energías de vos mismo que son invisibles”, dice. Arroja una carta cualquiera sobre la mesa.Esta vez sale la número 18, con un sol de cara humana y dos muchachitos que juguetean. El Sol. Según los entendidos en el tema, este arcano es el de los niños eternos.

IX) –A los chicos en general les gusta dibujar. Es emocionante expresarse con imágenes antes que con palabras. Pero el dibujo infantil siempre obtiene comentarios desalentadores como “eso está mal”, o “¿eso qué es?”
–¿Como si hubiese un modo de dibujar que estuviese bien y muchos que no?
–Sí, es un lenguaje que a veces se malinterpreta, sobre todo desde el mundo racional. A un chico le decís “qué lindo el elefante”, y el chico te responde: “No es un elefante, es una tortuga.” Siempre se le quiere dar al dibujo de los chicos un sentido que no existe.
–Tus dibujos tienen un gestualidad “infantil”. ¿Es una búsqueda deliberada?
–Puede que haya sido así desde siempre, pero últimamente trato de hacerlo con total intención. No tiene que ver con una edad temporal sino con una forma de manifestarse. El niño es una persona poco civilizada, y lo que me interesa es recuperar eso, la falta de preconceptos, cierta espontaneidad.
–¿Te preocupa notar paso del tiempo?
–Para nada. El crecimiento es experiencia. Estoy conforme de ser cada vez más viejo porque soy menos pelotudo.